viernes, agosto 25, 2006

Una imágenes de Cuba...las imágenes son la representación de un objeto, animal, persona, etc... es decir NO SON LA REALIDAD. Por ello, sinceramete, para mi las mejores imágenes de la Habana las llevo en mi mente, en el corazón...


www.flickr.com


This is a Flickr badge showing public photos from marcocarlosavalos. Make your own badge here.




jueves, agosto 10, 2006

Pájaros de Londres


Pájaros de Londres
Originally uploaded by info tx.
Pájaros de Londres

¿Decidiendo a dónde ir? o a la espera de encontrar la estatua de un príncipe, como el del cuento de Oscar Wilde?

Foto de L. B. que habla varios idiomas :)

Estación Victoria


Estación Victoria
Originally uploaded by info tx.
Estación Victoria

Muchas chicas potosinas, desde aquellas con dinero, hasta de clase media y pobres, viajan a Londres para trabajar como niñeras (au pair). Es el caso de como Verónica C. También muchachas de otros países lo hacen y deben pasar por aquí, la Estación Victoria del metro de Londres, lugar de encrucijadas y sueños internos...

Foto de LB. que sabe varios idiomas y ama la música :)

El Puente de Londres


El Puente de Londres
Originally uploaded by info tx.
El Puente de Londres

La bruma... el fantasma que recorre Londres todos los días...

Foto de L B. que ama la música

Verónica C. una Mexicana inmigrante en Londres

Por Marco CAR

Londres es como un enorme palacio, con miles de habitaciones, todas ellas distintas, cuya única relación es su origen: la modernidad. Solamente cruzar una calle puede significar la entrada a otra cultura que parecía lejana, pero que también está ahí, en la capital de Inglaterra, en cuyo perímetro se hablan decenas de idiomas y conviven todos los mundos posibles del planeta. En una de estos habita Verónica C., una muchacha potosina de 30 años.

La historia de Verónica - una potosina que ha dejado de serlo - no es la típica historia de los mexicanos y potosinos que han partido a Estados Unidos en busca de un destino más prometedor, pues en esta ciudad de 10 millones de habitantes, ubicada al sudeste de Inglaterra, la migración mexicana es distinta. No solamente se busca un porvenir económico, sino también una transformación, por necesidad más profunda y en distintos niveles, que se explica, en parte, por su lejanía geográfica y cultural con México, pero también porque Londres es una ciudad donde se puede ser marroquí, rumano o senegalés, sin dejar de ser londinense. Aunque Verónica llegó a Londres con el único propósito de estudiar inglés, su viaje derivó en una apertura de mente, en un descubrimiento de que el mundo no terminaba en San Luis, sino que, precisamente, la última frontera con el universo y con las posibilidades que ella tenía como persona, para aferrarse al entorno conocido y a la protección familiar. Pero antes de narrar como fue que ella se convirtió en londoner[i], es preciso describir como es que se ve, desde lejos, desde esta ciudad paradigma del nuevo milenio, una muchacha potosina. Desde mi punto de vista, arbitrario por fuerza, una muchacha de San Luis es como toda esa energía contenida en un foco.

Limitada por la artificialidad machista de nuestra cultura, que las condenaba (hasta todavía hace unos años) a ser amas de casa, madres y a estar secuestradas por las tradiciones religiosas y por el entorno familiar, único universo posible de acción. Quizás por esta razón existen, todavía, algunas potosinas que no tienen acceso a la educación universitaria (”eso es cosa de hombres”; o peor aún “las muchachas no se hicieron para eso”) o deben cargar, por su condición femenina, con el dilema de ser o madres o profesionistas, y con ello ven coartadas sus posibilidades como personas. Por ello, llegar a Londres fue para Verónica todo un impacto, pues aunque aún en Europa la condición femenina es todavía una desventaja, el hecho de vivir sola y de poner a prueba sus capacidades, resultó en una comprensión de sí misma y en un derrumbe de mitos: el mundo no acababa en la colonia El Paseo, de donde ella proviene. Mi encuentro con ella fue una mañana lluviosa del 3 de julio. Amablemente, había ido a buscarme al hostal donde me hospedaba, desde su casa en el suburbio de Wimbledon, a unos 40 minutos en metro. Quería que probara un típico desayuno londinense y me llevó a una cafetería del Old Brompton Road, en Earl´s Court, un barrio populoso al sur de Londre

Habituada al clima caprichoso de la capital inglesa, llevaba una gabardina, paraguas, y en efecto, lucía como una londinense - y mientras nos dirigíamos a desayunar bajo una lluvia apenas perceptible al tacto, me fue aconsejando sobre cómo viajar en la ciudad y qué cosas evitar. “La gente es amable, pero aléjate en lo posible de los adolescentes, que suelen ser muy racistas”, me explicó. La comida de Londres no es muy buena. Su café tampoco, pero la cafetería a la que asistimos era acogedora y tibia.

Ahí fue como ella me narró su transformación de potosina a londinense. “Llegué el 2 de mayo de 1997″, explicó y por la forma mecánica en que lo dijo, como si repitiera alguna fecha importante como el 12 de octubre de 1492, descubrí que esa fecha no era solamente el recordatorio de un día, sino el momento de un cambio trascendental que había dado cinco años atrás. Con la vista perdida en algún lugar de sus recuerdos, rememoró que el propósito inicial de su viaje era estudiar inglés. En San Luis no había tenido oportunidad de estudiar una carrera universitaria, tenía un certificado de estudios técnicos en informática del Colegio de Bachilleres y no encontraba trabajo desde hacía seis meses. Así que, apoyada por su madre, partió a Londres como hacen otras potosinas: a trabajar de au pair[ii] para costear sus estudios en una academia de lengua inglesa. “Al principio fue muy difícil - recordó - pues además del obvio choque cultural al que me enfrenté, siempre estaba la tentación del regreso. En mi mesa de noche permanecía un boleto de avión que yo podía utilizar en cualquier momento para regresar. La familia y el mundo en el que creces te llaman y la soledad puede ser muy fuerte los primeros días”. Pero un viaje aguza los sentidos y las capacidades y eso pasó con Verónica que, según me confesó, se volvió más dura y fría para poder sobrevivir. No obstante, varios días sintió una nostalgia muy fuerte, que incluso le provocó una depresión que la mantenía postrada en cama durante sus días de descanso. Con esa dureza de espíritu, se fue habituando a su nueva vida, en la que debió enfrentar un drástico cambio de vida y la intolerancia de algunos ingleses.

Precisamente, uno de los dos únicos incidentes racistas que ha sufrido, lo experimentó cuando paseaba una tarde con una amiga (”mi mejor amiga”), por un barrio obrero de Londres. “Mi amiga - narró - pese a que es originaria de la India es muy muy blanca y por ello, cuando nos topamos con un hombre en la acera, éste con su hombro, me golpeó a mí fuertemente en el hombro mientras decía fucking indians”. En este momento se le quebró un poco la voz, pero no lloró. El golpe fue tan fuerte que el dolor le duró varios días y tuvo que ir al doctor. El otro incidente, fue un día que, caminando por la calle, un grupo de adolescentes la increpó con insultos raciales. “Fuera de eso - añadió sonriendo - mi vida aquí ha sido muy tranquila y segura. No me puedo quejar”. Y Verónica tiene razón. Londres ya no es una ciudad propiamente inglesa (de los nacidos en la isla) sino del mundo.

En un vagón del “Underground” o “London Tube”, como le conocen popularmente los “londoner” al metro, uno puede escuchar diversos idiomas, desde ruso, pasando por el chino hasta el español. Y esto parecen haberlo entendido las autoridades locales, pues en el servicio de transporte público es común ver carteles en los que se pide a los ciudadanos de esta metrópoli, fundada hace más de dos mil años sobre la rivera del río Támesis, que denuncien todos los crímenes de odio. En particular, me llamó la atención uno de estos anuncios, que encontré pegado en un camión de dos pisos, el cual mostraba a un niño con facciones árabes llorando. Bajo esta imagen se leía una leyenda que decía algo como “Please denounce the hate crimes to the police” (Por favor denuncie los crímenes de odio a la policía). Lo curioso es, que, junto a mí, mirando también el anuncio, se encontraba un muchacho con indumentaria militar y una suástica nazi zurcida en las hombreras. En contrapartida, los londinenses que rebasan los cuarenta años normalmente son amables. Incluso los policías y los funcionarios de turismo lo son, lo cual es bastante raro en Europa, sobre todo si se toma en cuenta las malas experiencias que después sufriría en Barcelona y en Roma. En el “Tube” siempre hay policías que le dan pacientemente toda la información a uno o que abren una puerta adyacente para que uno evite la pasarela cuando se lleva una mochila grande en las espaldas, como fue mi caso.

Incluso, a mí llegada al aeropuerto de Gatwick, una mujer muy amable que conocí en el tren a Londres, me llevó hasta el andén mismo donde debía tomar el metro que me llevaría de la Estación Victoria, a mi hostal en Earl´s Court. “Sin embargo - me indicó Verónica - aunque los ingleses son educados, no dejan de ser fríos y altivos. Piensan que no fue Inglaterra la que se separó de Europa, sino que Europa se separó de Inglaterra. Son como la isla misma, cerrados, de ahí que los ingleses sea muy aficionados a la jardinería, pues un trabajo para solitarios, para gente ensimismada”. Pero así como señala las características de los londinenses “nacidos en la isla”, enfatiza los defectos y virtudes de los mexicanos, pues lo primero que se aprende viajando a otro continente, es la idiosincrasia propia, como le ocurrió a Verónica y como sin duda me ocurrió a mí en este, que fue mi primer viaje al extranjero. “Cuando llegué a Londres, una de las primeras cosas que hice fue intentar relacionarme con las mexicanas que ya vivían aquí. No fue una experiencia grata - advirtió - pues, contra lo que se pueda pensar, los mexicanos no tenemos un sentido de solidaridad y apoyo que si puedes encontrar en las comunidades de otros países”. “Pero no solamente no nos ayudamos entre nosotros - abundó - sino que descubrí que los mexicanos, como ciertos ingleses, somos muy intolerantes y no aceptamos lo que es diferente. Quedarme, significó superar ese defecto”. -¿Tienes amigos mexicanos ahora? - Conozco algunas mexicanas, pero no son mis amigas atajó. Esto que comenta Verónica es significativo, pues ya una amiga en San Luis me había advertido que las potosinas que había encontrado en Londres (y que también trabajaban como au pair) no habían sido amistosas ni mucho menos. Y quizás se relacione con el hecho de que, en esta ciudad, las clases sociales que privan en la capital potosina se pierden.

En Londres, por ejemplo, tanto una muchacha de clase media de San Sebastián como una muchacha cuyos padres pertenecen al Club Deportivo Potosino, tienen trabajos similares y las mismas desventajas por su condición de extranjeras. Probablemente por ello, Verónica comparte un piso en Wimbledon, con una amiga colombiana y otra amiga polaca. “Sin embargo, mis mejores amigas - me aclara con una sonrisa - son una muchacha de la India y otra de Argentina”. Pero Vero también señala las virtudes que nunca perdería de su idiosincrasia mexicana. “Tenemos sentido de la familia. Aunque estoy lejos, tengo presente siempre a mis padres y hermanos. También somos atentos con las personas, pero no por formalismos sociales, sino porque lo sentimos. Creo que, en ese sentido, somos un pueblo sincero”. Y no obstante, Vero no quisiera regresar a México. “No encajo ya en San Luis por mi edad - reconoció - pues, tristemente, en nuestro estado rondar los treinta lo imposibilita a una a encontrar un trabajo bien remunerado.

Y tampoco quiero regresar porque aquí tengo la posibilidad de viajar y sobre todo, la certeza de una independencia no solamente económica, sino en todos los sentidos”. “Además - agregó - ya no pienso en español, sino en inglés. Incluso mi ortografía castellana ya me falla. Pero sobre todo - remató - es un sentimiento en el corazón relacionado con esta ciudad”. Y entonces me cuenta que tuvo la oportunidad de viajar a Kenia hace un año (lo cual sería imposible en México para una joven como ella) con el fin de visitar a una tía suya, misionera en aquel país africano. “Cuando regresaba y el avión iba sobrevolando Londres - rememoró con la vista perdida como si estuviera viendo la escena otra vez - alcancé a distinguir por la ventanilla la figura inconfundible del Big Ben y sentí una gran felicidad. Estaba en casa, in my home again, en mi hogar”. Y si, la sonrisa con que terminó la frase delató que, en un sentido literal, San Luis ya la había perdido. Volvería a ver a Vero otras tres veces durante mi estadía en Londres; me ayudaría mucho e incluso, amablemente, me ofrecería hospedaje en su casa. Mientras me alejaba de ella en un “Tube” atestado de personas de todas las etnias posibles, metáfora de un Londres que es un mundo conformado por muchos mundos, rumbo a Trafalgar Square, comprendo que, quizás, Verónica no se convirtió de potosina en Londoner, sino que, simplemente, aspiró a ser y se atrevió a vivir en un mundo más amplio que el que representa San Luis. Y es que, en realidad, uno nunca es nada, uno solamente es lo que aspira a ser. A los pocos días de mi partida de Londres a París, le fue negada la residencia a Verónica C., por lo que, en un año más deberá regresar a México.

Sin embargo, logró graduarse en lengua inglesa, continua trabajando como jefa de turno en un restaurante de Wimbledon y cuidando niños en su tiempo libre. Ella no hubiera querido regresar a San Luis. [i] Londoner es el gentilicio en inglés de londinense; es la forma como gustan designarse a sí mismos los habitantes de Londres. [ii] Au pair es una muchacha joven, generalmente, que vive y trabaja en una casa cuidando a los niños pequeños de la familia. Es conocido que algunas muchachas potosinas viajan a Inglaterra y a Alemania con el propósito de trabajar como au pair para pagar sus estudios de idiomas en dichos países.