martes, marzo 27, 2007

Vida de Perros (en México)

Marco CAR

Los Asesinos seriales comienzan haciendo crueldades con los animales

- Guadalupe Gutiérrez, experta en crminología, del podcast Testigos del Crimen

Solía salir mucho con el perrito. Me daba lástima con él porque, todo el día se la pasaba encerrado en la casa, porque no podía sacarlo a pasear por cuestiones de trabajo. Y un día, que llegaba cansado en la noche, dejé el portafolios y comencé a quitarme la corbata y el saco, pensando qué película iba a ver esa noche cuando sentí que me miraban. Era el perrito que seguía mis movimientos sentado en sus patas traseras, moviendo su colita. Lo vi unos instantes y casi entendía lo que quería. Por la ventana se percibía una tarde fresca y entonces lo solté:

“ ¿Quieres ir a la calle?”

Inmediatamente, el perrito se levantó, saltó sobre mí y luego se dirigió a donde estaba colgada su correa y comenzó a levantarse con sus dos patitas traseras. Estaba emocionado.

Me quité la ropa que llevaba puesta y me puse unos pantalones de mezclilla (blue jeans, pues) y unos tenis mientras el perrito daba vueltas alrededor de mí moviendo su colita. Agarré el Ipod y me salí con el perrito.

Iba muy contento por la calle, y se acercaba a cada arbusto y arbolito que veía. Entonces pensé que debería hacer un esfuerzo por sacarlo a dar un paseo con mayor frecuencia.

Y durante una semana, cuando el perrito me veía llegar se ponía feliz porque sabía que saldríamos a dar una vuelta. A veces me sentía muy cansado, sin ganas de hacer nada pero los paseos eran una forma agradable de quitarme el estrés. A veces pienso que en realidad el que sale a pasear soy yo. Pero también pienso que tener ese perrito implica también ciertas obligaciones y también que tenerlo ha hecho que ponga más atención en la situación de otros perros y de los animales en general.

Y es que ahora que hay este perrito aquí no puedo evitar ver como es cruel la gente con los animales. Hay un perrito en una calle cercana que lo tienen sobre un banco muy alto amarrado a un árbol (con una soga muy pequeña). Lo ponen ahí para que no orine, etc. en todo el patio, y el perrito, por no caerse del banco, permanece ahí sentado no sé por cuánto tiempo. Hay otro que está amarrado en el fondo de una cochera. Desde la mañana que paso cuando voy al trabajo y hasta la noche que regreso está ahí. A veces, en la casa donde vive ya hay gente. Se ve que están mirando la televisión y el perrito sigue ahí, atado a un barandal en el fondo de la cochera. Me ladra como si quisiera devorarme, o como si quisiera desquitarse conmigo de la forma como lo tienen preso. Y todos los días me brinda su concierto de ladridos. Pero a veces está triste o cansado o ambas y cuando paso, apenas suelta un leve gruñido pero en sus ojos se nota desesperación, olvido. Es un crimen. Y también hay muchos perros en la calle, que no comen, que están a expensas de los automovilistas, etc. porque la gente, para no tener que lidiar con ellos, durante el día los avienta a la calle y solo en la noche los meten a las cocheras y patios para que sirvan de vigilantes.

Pero toda esta reflexión es porque un día que mi perrito estaba disfrutando mucho porque lo había llevado de excursión a un pequeño parque, apareció por detrás de mí un perro más grande. Era un Schnauzer que atacó al perrito. Sin que pudiera evitarlo, los dos perritos se trenzaron con sus garras y colmillos. En la oscuridad no podía ver bien qué pasaba, salvo un remolino grisáceo que dibujaban en el aire los dos perros peleando. La correa comenzó a enredárseme en los pies y entonces escuché los quejidos de mi perrito. El otro perro era más grande y mi perrito tenía, además, la desventaja de estar sujeto a la correa, por lo que, sin saber cómo, le quite el seguro a la correa y con el puño intenté golpear al otro perro. Dieron varias vueltas mordiéndose uno al otro hasta que acerté y golpee al Schnauzzer. Lo sentí de verdad, porque escuché su quejido. El golpe hizo que se aturdiera y soltara al Cayito (así se llama mi perro). Entonces pude levantarlo y separarlo del Snauzzer que salió corriendo hacia una casa que estaba enfrente.

Apenas estaba revisando si mi perrito tenía algo, si estaba muy herido, cuando dos tipos se acercaron enojados. Eran los dueños del Snauzzer. Comenzaron a insultarme. Según su lógica, debería haber dejado que los dos perritos se pelearan. “Son animales” dijo uno. Hubo insultos de ambas partes y al final amenacé con llamar a la perrera si volvìa a ver a aquel Schnauzer vagando por el barrio. Desde luego que jamás lo iba a hacer porque sería condenar a ese perro al sacrificio, pero esta gente que tiene perros y los manda a la calle es la culpable de que muchos de estos animalitos se mueran o que se orinen y caguen por toda la ciudad. No los alimentan bien pero eso si, en la noche los meten a sus casas para que ladren si se acerca un ladrón.

De regreso a la casa el Cayito iba jadeando mucho y sentía su corazón muy agitado. Tenía algunas heridas muy leves y lo descubrí mirándome fijamente con unos ojos que brillaban. Cuando terminé de revisarlo comenzó a lamerme la mano.

Al siguiente día, cuando iba al trabajo, pensé en cómo podría sacarlo otra vez esa noche. Era posible que otro perro nos saliera al paso. Al vecino de al lado le habían matado a su perrito igual que al mío, porque hay unos que tienen un rottweiler al que sacan a pasear sin correa y un día mordió el cuello del perro del vecino y no lo soltó hasta que lo mató… “cosas de animales” dirían unos.

Dos días no saqué a pasear al Cayito, o en otras palabreas, él no me sacó a mí. Pero volvimos a salir después. El oliendo cada árbol y arbusto y yo esperando atento por la llegada de otro perro. Es una vida de perros… es la vida en México, esperando donde va a saltar el ladrón, ya sea un asaltante, un político, un banquero o alguien con poder.

Un día me dijeron que las mascotas se parecían a sus dueños. Me pareció ridículo eso. Pero ahora comienzo a sospechar que es así.

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Sección : Corazón Delator

viernes, marzo 23, 2007

Viaje Ácido de un niño violado por un sacerdote católico defensor de la vida

Por Marco CAR



"No podía desconfiar de él porque era el padre. Yo estaba en la banca y me dijo: 'Métete por aquí', señalándome la puerta de su casa. Entré y él cerró la puerta con llave... lo empecé a notar medio raro porque se me quedaba viendo mucho. Estaba parado viendo la tele y en eso se me paró enfrente. Yo me espanté.

"Recuerdo perfectamente cómo era el lugar. Tenía una cama, un espejo y otros pocos muebles. Me agarró de los brazos y me contó una historia sobre un tumor que supuestamente tenía en el estómago. Me agarró muy fuerte las manos y me las puso a su alrededor, pidiéndome que le tocara el tumor. Luego se desabrochó el pantalón y puso mis manos en su pene... Yo sentí mucho miedo, no sabía qué hacer."

… "En ese momento me dijo: '¿Quieres morirte? ¿Quieres que se muera tu mamá? ¿Verdad que no? Pues entonces hazme así'. Me puso su pene en la boca. Y se vino".

- Sergio Sánchez Moreno, víctima del sacerdote católico Nicolás Aguilar, acusado de pederastia contra 26 menores en Estados Unidos y México, protegido de su excelencia, el cardenal Norberto Rivera Carrera.


Los defensores de la vida

Por Marco CAR

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La Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobará una ley que permite el aborto bajo ciertas condiciones. Inmediatamente, algunas personas "defensoras de la vida" amenazaron a la sociedad de la Ciudad de México y del país con "ir hasta las últimas consecuencias" para que la ley que permite a la mujer decidir sobre su cuerpo pueda aplicarse. Ante tal polémica que representa el aborto, cabe hacer una pregunta lógica:

¿Quiénes son estos "defensores de la vida"?


DEFENSOR UNO: "Ustedes olvidarán pronto lo que les hizo el padre Nicolás Aguilar Rivera. Al rato, ya ni se acordarán. Deben saber perdonarlo. El padre es un hombre enfermo".

- Cardenal Norberto Rivera Carrera, a los niños denunciantes de la pederastia de que fueron objeto. Su excelentísimo está siendo juzgado en la Corte de Los Ángeles por brindar protección al pederasta.

DEFENSOR DOS: "Estoy a favor de la vida, el aborto es una manera de cortar la vida".- Felipe Calderón, presidente de México que nombró como miembro de su gabinete ampliado a alguien a quien se le ha acusado de pederastia:

"Las niñas dijeron a la PGR sobre Yunes, lo describieron físicamente, lo refirieron como un político, como amigo cercano de Succar". -Lidia Cacho, periodista, al referirse a Miguel Ángel Yunes como sospechoso de pederatia, director del ISSSTE…

Además, el presidente dijo, cuando era candidato, que "Mario Marín atropelló la dignidad de una mujer y del pueblo a cambio de dos botellas de coñac". luego de que se conocieron las grabaciones que evidenciaban la protección del gobernador de Puebla hacia Kamel Nazzif, hombre de negocios a quien se le relaciona con Surcar Kuri, empresario que pugnó una condena en Estados Undos por pederastia. Sin embargo, ya impuesto como presidente, Calderón fue y se tomó una foto con el gobernador de Puebla…

DEFENDOR TRES: Televisa: ¿Acaso no es esta televisora responsable de erotizar la imagen infantil con "artistas" como Belinda, Lucerito (cuando era niña) y tantas otras? ¿No volvió a promocionar a Gloria Trevi aún cuando ÉSTA fue detenida por reclutar adolescentes para su representante, Sergio Andrade?

DEFENSOR CUATRO: Jorge Serrano Limón, ex director de Pro Vida, a quien se le descubrió un fraude al Estado Mexicano por 30 millones de pesos, que utilizó en comprar tangas, si, tangas, en lugar de destinar los recursos a unos supuestos centros de ayuda para la mujer.

Si esos son los "defensores de la vida" entonces el movimiento, que podría ser legítimo, en contra del aborto, seguramente saldrá perdiendo, porque lo único que vale en un debate es que los interlocutores sean creíbles y, como vemos, muchos de ellos, lamentablemente, no lo son...

Más datos que desenmascaran a los "defensores de la vida"

  • La denuncia de una víctima de pederastia de un sacerdote mexicano y de cómo el gobierno de México no hizo caso de la denuncia: http://www.youtube.com/watch?v=cWCFilrIT2M&mode=related&search=

miércoles, marzo 21, 2007

Rodeado de Extraños en Barcelona

Por Marco CAR

“La soledad es la expresión de un hecho real: somos de verdad, distintos. Y, de verdad, estamos solos... En todos lados el hombre está solo”.

- Octavio Paz, en “El Laberinto de la Soledad”



En medio de cientos de personas que hablaban el español; en el mismo momento en que sonaba, en algún lugar lejano, “México Lindo y querido” en su versión instrumental, y rodeado de mexicanos, me sentí por primera vez muy solo en Europa.


Estaba en medio de la Estación Sants de Barcelona, tratando de comprar un boleto para irme a Madrid. Eran las diez de la noche y afuera caía una tormenta. En ese momento no lo sabía, pero iba a tener que pasar la noche entera ahí, rodeado de extraños... de mexicanos.

Semanas antes, había estado en países más “ajenos” a mí, como la República Checa. Se suponía que España iba a ser más cálido y cercano a mi idiosincrasia mexicana. Pero no. Me sentí más solo en Cataluña que en Praga.

A diferencia de la mayoría de los servidores públicos y de la sociedad española en general, los oficiales de turismo catalanes, esa noche, fueron muy groseros y prepotentes con todo el mundo. Pese a que el tren a Madrid tenía muchos lugares vacíos, no nos quisieron vender boletos a muchos turistas extranjeros que nos encontrábamos varados ahí. “Solamente una hora antes de la salida” dijo un tipo que se dio la vuelta maldiciendo mientras nos dejaba a todos mirando sin comprender. Era el inicio de las vacaciones de verano en España, uno de los países más hermosos y atractivos del mundo y había muchos turistas de viaje.

Yo no quería gastar en un hostal y quería llegar a Madrid a más tardar al día siguiente, pues unos amigos me esperaban a la siete de la mañana y se iban a preocupar al ver que yo no llegaba. Por eso, decidí quedarme en la estación, formado (éramos como 200 los que queríamos irnos a Madrid), para alcanzar un boleto a la hora que abrieran la taquilla a las 5:30 de la mañana. En un extremo de la estación había un McDonald´s. En San Luis Potosí hay como cuatro MacDonald´s y nunca, nunca, me he metido a comer a ninguno, pero ahí lo hice porque era lo único barato. Es un decir, claro.

Me metí a comer yo solo y a pasar el tiempo. Estaba contemplando lo fofo de la hamburguesa y lamentándome de lo que había pagado (“hubiera salido a buscar una tienda me repetía mentalmente) cuando un muchacho de cabello rubio se me acercó “Oye ¿tienes cambio?”me preguntó extendiendo un billete de cinco euros. Inmediatamente supe que era mexicano... de la Ciudad de México, para ser preciso.

No mano, no traigo cambio – contesté. El se sorprendió al escuchar mi acento mexicano, pero se dio la vuelta y se fue Yo estaba rodeado, en las otras mesas, de árabes, gringos y japoneses. Tenía ganas de hablar con alguien en mi idioma, con alguien cercano. Desde varios días antes no hablaba en español con nadie. Solamente en un inglés muy básico con un francés en el recorrido de Roma a Niza y en “Itañol” con un italiano en Montpellier.

Entonces llegó un policía a sacarnos a todos del McDonald´s porque ya iban a cerrar. Me fui y me senté justo enfrente de la taquilla del tren, para alcanzar boleto. Apenas eran las 11 y media de la noche. Afuera de la estación seguía lloviendo. Acomodé mi mochila para que hiciera las veces de almohada y apenas estaba sacando un cigarro cuando llegaron varios policías con perros y macanas para ordenarnos que saliéramos del lugar. Éramos unas 200 o 250 personas, de varios países (incluso ancianos y niños) que fuimos echados del lugar de una forma muy grosera.

Hubo protestas, pero fueron inútiles y así, rodeados por policías y perros que nos ladraban, fuimos sacados de la estación. Yo miraba a mi alrededor, buscando alguien con quién “hacer equipo” para pasar la noche en la puerta de entrada del lugar. Había un japonés, pero esos, como los gringos (y los mexicanos, como después me daría cuenta) son unas islas andando. No se relacionan con nadie, deambulando por todos lados tomando fotos. Había unas muchachas francesas, vestidas a la usanza hippie y había grupos de personas de otros países.

Ya afuera busqué dónde recargarme en las vidrieras de la entrada a la estación. A mi paso veía a los grupos de mochileros daneses, gringos, todos en bola, acomodándose y no sabía a quien pedirle que me dejara estar con ellos. Casi todo mundo lo tomó como parte de la diversión y se organizaron grupos que estaban escuchando música, fumando y conviviendo. Entonces, me encontré al muchacho mexicano aquel del McDonald´s. Estaba con varias muchachas y otros muchachos también mexicanos. Uno de ellos traía puesta la camiseta de la selección nacional de fútbol, para ser específicos, la playera de Borguetti. En el piso había dos enormes sobreros típicos de los combatientes de la revolución y de la imagen que nos gusta dar a los mexicanos de nosotros mismos en eventos internacionales. Les pido que me dejen quedarme al lado de ellos. Me miran en silencio. Me congelé todo porque comprendí que no tenían muchas ganas de que estuviera cerca. Y no. No iba borracho, ni mal vestido ni despeinado ni nada. El que me había pedido el cambio en el “restaurante” (no sé, de verdad, como se atreven a llamarle así a los McDonald´s) rompió el silencio y dijo. “Este también es de México”. Los otros, de cualquier forma, no dijeron nada, pero él dijo “Sí, no hay bronca”. Me acomodé al lado de ellos. Apenas eran las doce y media de la noche. Seguía lloviendo y tronando en el cielo de Barcelona.

En toda la noche apenas y nos tomamos en cuenta, tanto ellos a mí, como yo a ellos, pese a que estábamos juntos, recargados contra las vidrieras de la estación Sants, apenas resguardados de la lluvia por un techo pequeño. Estábamos juntos, pero al mismo tiempo había una enorme barrera invisible que nos separaba. No la nacionalidad en sí misma, sino, creo, nuestras distintas mentalidades. Eran muchachos de dinero vagando por Europa y no había nada que pudiéramos decirnos. Platiqué más con las francesas onda hippie que con ellos.

La noche fue larga y fue la única en que me sentí realmente solo cuando estuve en Europa. Yo deseaba que pasara por ahí alguien, cualquier persona conocida para hablar con ella. Hubo un incidente con un marroquí y un gringo. Comenzaron a pelearse y el marroquí sacó una navaja. Y, como sucede a nivel “macro”, todas las nacionalidades se pusieron en contra del árabe. Los alemanes eran los más enfurecidos. Llegó la policía y fue en búsqueda del muchacho magrebí que había huido cuando el norteamericano comenzó a gritar aterrorizado. Momentos después, cuando escampó un poco, me levanté a fumar un cigarro y caminar por ahí, y entonces un tipo catalán se me acercó para ofrecerme a una jovencita que, me dijo en voz baja, tenía en un carro en el estacionamiento de la estación. “Ya le he enseñado como chupar la polla”, aclaró sonriendo con una mirada lasciva. Le digo que no y sigue insistiendo. Busqué a los alemanes con la mirada para que vinieran a salvarme a mí también pero, como ya había pasado el peligro árabe, estaban haciendo malabares con unas clavas para algarabía de todos los que estaban cerca. Decido regresar a sentarme. Al lado de mí, los compatriotas estaban tomando cerveza y platicando sobre sus experiencias en el continente europeo (por lo que escuché, se habían conocido ahí mismo, en Barcelona). Yo quise acercarme y platicarles de Bohemia y Silesia, de Ladinka, mi amiga que me enseñó su hermoso país checo, de París... de todo lo que me había ocurrido... pero no me atreví.

Yo sabía que no había nada en común entre ellos y yo, como tampoco tenía yo nada en común con el japonés, que es una isla como su país mismo (y como yo y como muchos mexicanos), que estaba sentado más allá, contemplando la lluvia que había iniciando otra vez, mientras escuchaba música en un reproductor de discos compactos; o con el marroquí, que había huido del mundo entero, simbolizado por todos esos seres extraños que lo insultaban a las afueras de la estación de ferrocarril de Barcelona Sants.

Creo que Octavio Paz tiene razón: la soledad es saber que no eres como el otro. Pero no importa la nacionalidad que uno tenga, y creo que ni siquiera el origen social, sino las ideas, las expectativas. Solamente así podría explicar las amistades que hice, por ejemplo, en la República Checa. Ni siquiera hablábamos el mismo idioma y nos hicimos grandes amigos. Teníamos muchas cosas en común, sobre todo la música.

Al final de la noche, una de las paisanas que no se había quedado dormida, me preguntó si no sabía de hostales en París y saqué mi librito con direcciones de hostales y se lo presté. Le hice algunas recomendaciones y pese a algunos intentos de mi parte, eso fue todo lo que hablamos. Lo que, al parecer, podía acercarme con ellos (la nacionalidad) me alejaba. Qué podíamos decir de nosotros mismos que no supiéramos ya. Qué decir de México, de nuestras ciudades, de nuestra comida, de nuestra cultura, que conocíamos, pero que veíamos desde perspectivas opuestas. Vivíamos en el mismo país pero en mundos diferentes.

Y creo que esa es la soledad, saber que uno tiene un mundo propio ajeno al de los otros. Por eso me sorprendió la República Checa, pues geográficamente y culturalmente es un país alejado, alejadísimo de México, pero, en lo humano, en lo personal, yo tuve muchas coincidencias con los checos, y creo que también podría tenerlas con los argelinos, los coreanos, los senegaleses y hasta con los gringos. Al final, lo que nos hace menos solos son las coincidencias de espíritu, de las ideas y claro, la amistad.



Por ejemplo, en un bar de una ciudad llamada Krno, cercana a Polonia, platiqué como una hora con un checo que no hablaba inglés en lo más mínimo. Lo hicimos a señas, y tocando varios temas, como música, cine y hasta de telenovelas mexicanas; de Salma Hayeck (para mi amigo checo Salma Hayekova) y de nuestras familias. También lo hice en Roznov, una ciudad en la frontera con Eslovaquia, con varios muchachos checos de un grupo de rock que me presentó mi amiga Lada. Sin embargo, con mis “compatriotas” mexicanos no tenía nada que decir. Nada en que coincidiéramos, salvo el antojo de atole caliente o un tequila, aquella lluviosa madrugada catalana.

Por fin, a las cinco de la mañana abrieron la estación y regresé a sentarme justo al lugar de donde me habían sacado los policías la noche anterior. E
staba quedándome dormido y un policía me despertó haciendo ruido en mi oreja con su radio-comunicador. También estaba prohibido dormirse (es en serio). Las pantallas de televisión que pendían del techo se encendieron y comenzaron a verse los noticieros matutinos. Aparecieron imágenes del Papa dando misa en la Basílica de Guadalupe, durante la canonización de Juan Diego. Mientras hacíamos la fila para comprar los boletos, los “mochileros” europeos veían admirados en las pantallas las danzas de los indígenas de México en el atrio guadalupano. Alcanzo a escuchar a uno que dice “I was there”. “Yo también”, le replico instintivamente en español y todos me miran sin comprender. Dos horas después, reconociéndome ya como una isla, iba trepado en el tren hacia Madrid.




















jueves, marzo 08, 2007

Viaje ácido de alguien que no lee TVyNovelas, que no vio el final de la Bella más Fea y que no tiene celular para mandar SMS

por Marco CAR

Miro con asombro y terror el letrero pegado en un teléfono público de Telmex: “Europa 20 pesos por minuto”. No puedo creerlo, simplemente. El costo de esa llamada, sin duda, debe ser uno de los más caros del mundo, y explica por qué Carlos Slims, dueño de Telmex, es el tercer hombre más rico del mundo. Y así, abatido por el hecho de que una tarjeta de 200 pesos apenas me alcanzaría para hablar diez minutos a Europa me retiro de la cabina hacia la estación del metro Patriotismo.


Mientras camino, recuerdo otra estación de metro, en Praga, Namestý Republik. Estuve ahí en enero y llamé a México por 9 coronas checas (4.5 pesos) el minuto. Y también recuerdo que según el letrero de aquella cabina, México era de los tres países con las tarifas más caras. Comienzo a sentirme molesto porque descubro también que ¡Hablar en una caseta de Telmex de Ciudad de México a San Luis Potosí resulta tan caro como hablar de Viena a México!.


Pero luego, en una televisión que tiene un vendedor de películas pirata miro un spot de Felipe Calderón que dice que ha iniciado un nuevo México desde que él tomó el poder el 1º de diciembre. Entonces me siento aliviado, porque de ser cierta esa afirmación, no solamente Telmex y sus cobros injustos desparecerán pronto, sino también habrá salarios más justos, el Internet será tan barato como en Sudamérica, Europa y Estados Unidos, ya no morirán personas por falta de atención médica en las zonas más empobrecidas de Guerrero, San Luis Potosí y Oaxaca, y habrá un transporte público que otorgue al menos algo de dignidad a los usuarios.


Pero toco con las manos mis bolsillos, veo mis zapatos, al niño sucio que me ruega que le compre chicles con la mano extendida, al vendedor de películas pirata que acomoda vídeos pornográficos en un estante, y el encabezado justiciero de aquel periódico que señala con valentía que en México todo está bien y en seguida mi esperanza sale huyendo de mi corazón.


Y no dejo de pensar, mientras me voy por la calle perfumada con el olor de tacos, tamales y tortas de sucios puestos callejeros, que todo sería mejor si el mundo fuera un spot del gobierno o un programa de televisión. Entonces todos sonreiríamos sabiendo que, en efecto, un nuevo México comenzó… ¡ahhh! ¡Los sueños de alguien que no lee Tv y Novelas, que no vio el final de la Fea más Bella y que no tiene un celular para mandar SMS mientras viaja en ese mar de gente sudorosa que dormita solitaria, como botellas de mar, en el transporte público de la Ciudad de México!...

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