Por Marco CAR
“Cambian de clima, no de alma, quienes veloces atraviesan mares”
- Horacio, poeta latino (65 a c. – 8 a c.)
Primera Parte : Con los viajes NO se juega
Con los viajes no se juega. Cuando salí de mi casa aquella noche lluviosa de un domingo de julio de 2002, no sabía que ya no iba a regresar a San Luis Potosí, México. Se suponía que era solo un viaje para divertirme en Europa, pero no fue así. Un viaje cambia la impresión sobre muchas cosas, empezando, por ejemplo, con la comida, la cerveza y el vino, pasando por la comunicación entre personas, el tiempo y hasta los baños. Pero sobre todo, puede alentar que uno voltee hacia su interior, que uno se mire en un espejo, y que reconozca, en la diferencia, aspectos sobre si mismo y su país.
Desde luego, unos días de viaje no pueden cambiarlo a uno, pero si pueden hacer que voltees a tu interior, y, al verte a ti mismo, ése gran desconocido, encontrar, mediante los países y lugares que visitas, otra perspectiva de las cosas, pese a que los fantasmas y errores que uno carga sigan colgados con cadenas a nuestros pies. Y para alguien que la única vez que había llegado a los límites de lo nacional había sido el puente de Nuevo Laredo - para ver “cómo es, desde lejos, el otro lado” - , visitar otro continente era como ir a otro planeta. Sobre todo, si se toma en cuenta que, el motivo de mi viaje a Europa, era encontrarme con una mujer.
Pero no eran motivos románticos en un principio, ni siquiera eran motivos existenciales, como después se tornaría el viaje. No. Eran, ante todo, conocer y divertirme. Pero, lección número uno que uno aprende cuando viaja a otro país: tienes idea de quién eres y de cómo te vas, pero no sabes quién serás y cómo llegarás. Y eso depende de lo dispuesto que esté uno a abrirse al panorama y a las personas que uno encuentre en el camino.
La verdadera aduana es uno mismo
Lo que aprende uno en el viaje es lo que recuerda. Esa es la verdadera aduana que se le presenta a uno mismo cuando viaja. Lo que viene primero a tu mente es lo que te marcó con mayor fuerza y lo que, siempre que hables del tema, mencionarás. Algunas van surgiendo con el paso del tiempo, con la reflexión. Otras no las quieres recordar. Están ahí, pero no quieres que nadie las sepa. Y este recuento que sigue, no está enlistado por el orden de importancia, sino en la lógica de un rompecabezas: inicia con una imagen (en este caso una idea) que encuentra a otra que encaje, hasta poder entender todo el paisaje (toda la idea). De esta forma, quizás, es posible ver más allá que la mirada. Detecar algo de la esencia de las cosas.
Primera aduana: el tiempo
Lo primero que recuerdo de mi viaje a Europa es el tiempo y sus distintos usos y concepciones. Éstas pueden variar mucho, de una ciudad a otra, incluso de un barrio a otro, dependiendo de factores obvios (qué rutas del transporte público cruzan por el sitio, qué tráfico existe, que importancia tiene el lugar) y por otro no reconocibles a primera vista, como las costumbres de uno mismo y la idiosincrasia. Nada más llegar al aeropuerto de tu propio país, en este caso el “Benito Juárez” de la Ciudad de México, y comienzas a darte cuenta de esta enorme diferencia.
Cuando llegué al aeropuerto, dos horas y media antes de la salida de mi avión, me registré, como todo mundo hace, pero en lugar de entrar a la sala de espera, me fui con mi papá y una amiga que tengo en el DF, a un "fast food" y, con toda calma, 30 minutos antes de la salida del avión ingresé a la sala de abordaje. Se me hizo fácil abordar el avión con tan poco tiempo. Como saben, uno se registra, le dan a uno el pase de abordaje y ya se puede entrar a la sala donde se encuentra la zona libre de impuestos, denominado en muchos países como "Duty Free", que no es tan barato como podría parecer, y donde uno puede encontrar desde ropa e instrumentos de viaje (para los olvidos a la hora de hacer la maleta), hasta cosas innecesarias y de lujos inexplicables, como la chaqueta de mezclilla con radio y bocinas integradas.
Yo tenía que abordar en la sala 36 y cuando me di cuenta, esta se encontraba muy lejos. En el sonido interno del aeropuerto dijeron que los pasajeros debíamos estar ya en el avión. Y entonces, ante la advertencia y el pánico, que me pongo a correr como loco, porque el avión ya me estaba dejando.
Con el corazón latiéndome a todo lo que daba llegué al puente de ingreso y ya la azafata me apresuraba con la mano, pero, eso si, con, con una sonrisa de oreja a oreja. Fue mi primer aprendizaje: en el aeropuerto y en los trenes, la puntualidad es, por lo menos, una hora y media antes, pues en un entorno nuevo es mejor estar preparado para todo. Los aeropuertos de México, Atlanta, el Charles de Gaulle en Paris y los dos de Londres que conocí (Gathwick y Heatrow) son enormes. Incluso en el de Atlanta puede darse el caso de que te suban a un carrito para llevarte a la sala de espera. En el de Heatrow te advierten cuánto tiempo requieres para llegar a la sala que te corresponde (si eres gordo y vas a la 24, necesitas 15 minutos; si es el caso de una señora que espera un bebé, veinte minutos, etc.). En mi caso, fueron 12 minutos, el día que volé a Paris.
En el caso de los trenes es lo mismo. Si el tren dice que sale a las 19:43 (uno ve la pantalla digital que lo anuncia y no entiende muy bien por qué lo caprichoso del horario ¿por qué no a las 19:45 o ya de plano a las 20 Hrs.? es que sale a las 19:43.
Incluso, el metro de Londres, y los sistemas de autobuses (si, esos rojos de dos pisos que se ven en las películas) indican en una pantalla electrónica a qué tiempo exacto va a llegar el próximo "tube" o "o doble decker bus" a la parada en que te encuentras. Y salvo retrasos muy raros, de menos de un minuto, los transportes generalmente son exactos.
Cuando miré por primera vez el mundo desde arriba. Las calles de la Ciudad de México, tristes y solitarias, pese al caos del tráfico. Los ríos cruzando el rostro de la tierra, sonriendo. El sol mirándolo todo en el horizonte. El mundo y el tiempo con una nueva cara. Con una cara diferente y asombrosa... el anuncio del inicio de un viaje, mi viaje que aún no acaba, hacia la isla más grande del mundo...
2 comentarios:
Marco, tienes gran talento para escribir, siempre te lo decía...
Marco, va directo a mi blog el link a este.
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