El viaje de Madrid a Viena fue caótico y muy cansado. En París tuve que hacer una conexión de la Gare Montparnase a la Gare D´Est y en el metro los parisinos se sintieron molestos con el espacio que ocupaba con mis maletas. Una noche anterior, en Madrid, el cierre de la mochila se había roto en la sección donde guardaba los zapatos, y aunque Raquel y yo (mi amiga española) pusimos varias vueltas de cinta canela, el cierre terminó por abrirse justo en el metro de París y los zapatos se regaron por todo el piso de la estación Oberkampf. Un caos. Cosa curiosa: dos muchachas parisinas me ayudaron a levantar los zapatos y los guardaron como pudieron en la mochila que cargaba detrás. Estaban muertas de risa. Yo también lo tomé con humor. Al menos la parte de “solidaridad” es un valor que sigue vivo entre algunos parisinos…
En la “Gare D´Est” intenté por todos los medios bañarme pero fue imposible. Hay obras y por ello ni siquiera tienen un lugar donde dejar las cosas a consigna. Entonces tuve que andar por la estación con todo. Para colmo, en el tren a Viena desde París me tocó compartimiento. No me gustan los compartimientos en el tren. Dadas las actuales condiciones del mundo, con la migración de gente pobre hacia países que podrían darles trabajo, la creciente ola de rechazo a otras razas y culturas, etc., en los compartimientos de los trenes la gente que no se tolera tiene que viajar junta.
Las primeras estaciones del tren éramos un turco que vestía impecable de traje y yo. El turco era turco porque él mismo lo dijo. En realidad yo pensé que era francés pero el dijo que era “turkai” y explicó en un inglés entrecortado que él vivía en Austria, pero que no era austriaco sino que sus orígenes eran turcos. Parecía querer dejar esto muy bien claro. Entonces, una pareja de austriacos, él, de traje (casi un sosias de Franz Beckenbahuer) junto con su mujer, intentaron entrar al compartimiento. Me dijeron “halo” pero luego lo vieron a él y optaron por no entrar cual si hubieran visto al diablo en persona.
Hasta ahí todo iba bien, pero entonces llegamos a Baden Baden y subieron una alemana y luego dos mujeres, una madre y la hija de unos 19 años que eran de…no sé de dónde, pero seguro musulmanas, aunque no usaban la burka. Tensión. La alemana iba sentada a mi lado y veía con recelo a las otras dos. Las otras dos la veían de reojo y guardaban silencio. El turco llevaba tapado el rostro con la mano izquierda.
Silencio y miradas furtivas entre todos. Un vaso de cristal hubiera estallado si alguien hubiera tenido uno entre las manos. La señora y su hija sacaron una botella de agua Perrier y casi como si se tratara de una bomba peligrosísima, la fueron abriendo muy lentamente para no llamar demasiado la atención. La alemana inclinó su rostro como queriendo esconderse en la oscuridad, como queriendo que su cuerpo viajara ahí pero no su mente. Entonces la muchacha musulmana se recostó sobre el pecho de su madre que le acariciaba de manera muy muy dulce. La alemana hacia esfuerzos por no verlas y no rozarlas con sus pies. El turco se tapaba el rostro con la mano y yo…yo fingía que no me importaba nada. Y las luces de algunas ciudades alemanas que cruzábamos en el tren revelaban esa sensación de soledad que sin duda todos los que íbamos en ese compartimiento sentíamos.
En Viena, pese a lo que decían todas esas guías de viaje, los horarios en Internet y la misma información de SNF y Renfe juntas, no existe un tren que salga de la estación central de Viena hacia Bratislava. Por eso tuve que salir y subir a un tranvía urbano (como esos que hay todavía en Ciudad de México) para llegar a la Sudbanhoff desde donde salían los trenes a Bratislava. Nada mas salir, veo publicidad política. Un partido dice algo en alemán contra el Islam en un cartel pegado cerca de la banca cubierta para esperar los tranvías. No sé alemán, cierto, pero sé que ese partido pugna contra el Islam porque Islam se escribe Islam en alemán y porque alguien añadió con un plumón rojo “NAZIS!!” sobre el cristal.
Odio, intolerancia. Desolación en los corazones. Eso también es Europa. Eso también es México. Eso también soy yo. Tomé el tranvía equivocado. Mejor dicho, tomé el indicado pero con rumbo opuesto. Sin embargo, tuve un presentimiento me bajé en cierta estación porque vi pasar unos ancianos que arrastraban unas maletas. Bajo esta lógica que seguí, es lógico, también, comprender que todos esos apuntes que hice no sirven de nada cuando uno es un… J tonto que termina cargando una mochila, dos maletas y unos tenis Adidas en la mano.
Pese a todo tuve razón: esa era la estación sur de Viena: una nave lúgubre y sucia, aún peor que cualquier estación de autobuses de la clase más baja que pudiera haber en México, un país del tercer mundo o más, más allá.
Ahí en la estación busqué un baño. La estación Sudbanhoff de los trenes nacionales de Austria, en Viena, es horrible. Está sucia, vieja y se percibe un desprecio por los que viajamos hacia estos hermosos paisajes eslavos. Esto, los paisajes que pude ver de Francia, de España, de Alemania, de Austria fueron los suficientemente hermosos, al grado que hicieron que este viaje de un día y medio entre Madrid y Viena valiera la pena…
Los baños de la estación estaban custodiados por un señor que dormitaba en una silla. El olor y el agua en el piso me advirtieron antes de siquiera entrar que no tendría caso tratar de cambiarme de ropa ahí, dado que no iba a poner las maletas en aquel piso asqueroso…
Entonces tuve hambre. En un negocio cercano al anden vendían “Pizza y Kevab”. Curioso, alemanes no soportan viajar en el tren con un turco pero si gustan de comprar kevab a 4.50 euros más la coca-cola…
El tren a Bratislava, pese a ser de“2ª clase” era un tren muy limpio y moderno. Con asientos confortables, amplios y mesitas. Todo era automático. Entonces ahí lo hice: me lavé el torso, me cepillé los dientes, me rasuré, me lavé el cabello, etc. Y me cambié de ropa para lucir presentable ante Moni que iba a recibirme a la estación. Este hecho me valió insultos en (¿eslovaco?) de los otros pasajeros porque tardé demasiado ahí dentro del baño del tren, que por cierto también estaba muy limpio.
Al salir ya estábamos en Bratislava… Es curioso, pero ni siquiera me di cuenta cuando llegamos, salvo por los inevitables grafitis pintados en las paredes de los edificios que también vi en Madrid, París, etc… Había llegado la hora. Cargué con las maletas y luego de dar vueltas confundido por andenes encontré la salida al vestíbulo de la estación. Subí unas escaleras y la vi. Estaba ahí como un ángel buscando en todas direcciones por mí. La estación era oscura pero ella brillaba en el sitio y al voltear me reconoció inmediatamente. Llegando a Nitra, su primer comentario fue “está calle está habitada casi solamente por gitanos… por lo menos aquí es solamente una calle… y no como en Presov que es casi toda la ciudad…”.
Moni iba a ser mi guía, principal apoyo y amiga de ahí en adelante…
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