Hace unos años la llegada del invierno me atrapó descuidado en un país extranjero. Trabajaba de locutor en una estación de radio y mientras estaba ahí cubriendo 7 horas al aire, cayó sobre la ciudad una burbuja de aire frío que comenzó a congelar el rostro urbano. Como locutor "al aire", tenía que poner las noticias y los pronósticos del tiempo cada hora y éstos decían que el clima estaba súper. Pero nada más salir al estacionamiento, el aire frío rasuró cada poro de mi cara haciéndome temblar como una camisa al viento en mi camino al coche.
Unas calles adelante, sobre el freeway 326, un enorme letrero anunciaba bajo el cielo gris la existencia de un Walmart y me detuve ahí rápido para comprar algo de comer y salir corriendo al departamento que compartía con otros dos para protegerme del frío.
En los Walmart extranjeros, suelen poner ancianitos a repartir los cochecitos para la despensa (a ese trabajo le llaman "Boogie pushers"). Y ahí, con una sonrisa que volvía borroso todo aquel paisaje de letreros con ofertas, adornos de navidad y gente caminando se encontraba una señora bajita como de 70, mirándome mientras sostenía un carrito del supermercado.
Al acercarme a tomar el carrito, la señora puso su mano pecosa sobre la mía y me indicó que me agachara para escuchar algo en el oído. Con dulzura, pero también con una firmeza maternal, me explicó en inglés que no era bueno que anduviera por ahí sin suéter y chaqueta con el frío polar que se había desatado por la ciudad. Explicó los peligros de atrapar una pulmonía y señaló hacia un letrero que informaba de una irresistible oferta de gorritos para el frío a sólo 5 dólares.
Sonreí ante el consejo y prometí abrigarme bien. No sé si aquello era una nueva forma de publicidad establecida por Walmart, pero fue un golpe bajo y terminé comprando uno de esos gorritos (azul marino, con banderitas de países alrededor). Días después regresé al Walmart y encontré otra vez a la ancianita recibiéndome con esa sonrisa que borraba el paisaje mercantil a su alrededor, sosteniendo un cochecito del supermercado en sus manos.
Al poner mis manos en el manubrio del cochecito, ella volvió a indicarme (¿ordenarme?) que me inclinara y a mi oído me dijo "hiciste lo correcto, hijo...". Estando solo en un país extranjero, con la musiquita de navidad por todos lados, esa frase me llevó flotando mientras hacia las compras rutinarias de sopa instantánea, cerveza y vino tinto, en el Walmart del freeway 236...
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