Enciendo la televisión y me encuentro con la noticia de que María Sharapova perdió los estribos de fea forma ganándose abucheos de los espectadores cuando Safina la derrotó en Roland Garros. No me sorprende tanto porque ella está sufriendo lo clásico en las tenistas: decidirse si ser modelos o deportistas. Pero lo que me impacta más es la noticia siguiente: uno de los jugadores y el entrenador del equipo campeón del fútbol en México atribuyen parte de su victoria a Dios. El agua mineral se me atraganta.
El perro, que me mira en el pasillo levanta sus orejas mientras me levanto tosiendo. Pobre Dios, la idea que tenemos de él es tan mediocre, que quizás eso explique su abandono del mundo.
¿Se imaginan que Dios esté pendiente de un partido de fútbol en lugar de, por ejemplo, la terrible situación de la hambruna, de los desplazados por guerras, por terremotos o huracanes por ejemplo en Myanmar?
No juzgo aquí la fe del entrenador del equipo de fútbol, ni del jugador. Lo que juzgo es la idea que prevalece en nosotros de lo que es Dios. Alguien que se siente agradecido porque unos borrachos avientan cohetes y fuegos artificiales en los días de fiesta religiosa. Un Dios que creemos que es feliz si nos vamos de rodillas hasta su templo. Un Dios preocupado de diversiones, si bien importantes, efímeras en el contexto de la vida. ¿No sería más agradable para él, algo productivo. No sé, que uno se proponga mejorar la relación con la familia, con sus amigos?.
Y no sólo ocurre en México. Pasa en todo el mundo, como cuando el famoso piloto de Fórmula I, el polaco Robert Kubica atribuyó al fallecido Papa, Juan Pablo II, haberlo salvado luego de un terrible accidente en el 2005.
Si Dios se siente halagado por estas demostraciones de fe, por estos agradecimientos, entonces que Dios tan mediocre, tan pobre de pensamiento, de ideas, de amor hacia la gente. Si Dios fuera factor en una victoria deportiva, entonces también debe serlo en la violencia del narcotráfico, en los terremotos, en los huracanes, en los sacerdotes pedófilos, etc. .
Sin embargo, está claro que la idea de Dios, el concepto que tenemos de él, está tan desprestigiado que seguiremos atribuyéndole a él nuestros éxitos y fracasos. Porque siempre será más fácil cargar a otro la responsabilidad de nuestros actos, e incluso la de los actos de otros. ¿Quién sabe? quizás por ayuda divina Safina le ganó a Sharapova el día de hoy, y por eso ella gritó maldiciendo. Ni modo, así somos, así lo quiso Dios…
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