En México existe la costumbre de lanzar cohetes o fuegos artificiales en algunas fiestas religiosas. Se hace muchas veces sin el más mínimo cuidado lo que provoca heridos o muertos, ya sea por la explosión de fábricas que no cuentan con los más mínimos controles de seguridad o porque alguien se voló los dedos cuando algún petardo explotó antes de tiempo.
El Año Nuevo del 2007, los cohetes fueron particularmente fuertes. Incluso cimbraron los vidrios de la casa donde vivo. Mi perro estaba asustado y ladraba y ladraba luego de cada cohetazo. No obstante, mi preocupación no era él, sino el perrito del vecino de enfrente, que se había ido de fiesta desde un día anterior y había dejado al perrito – que se llamaba Miqui – afuera, en el jardín.
Miqui no me quería. Me ladraba y ladraba todos los días cuando pasaba por el frente de la casa de su amo para irme a trabajar. Pero ese año nuevo que lo vi aterrorizado por tantos cohetes, decidí tratar de protegerlo. Eran ya las 2 de la mañana y aproveché que había demasiado pavo en la casa para llevarle de comer.
Todavía había cohetes sonando a lo lejos cuando salí a buscarlo en el jardín del vecino. Mi perro me observa desde el patio ladrando. Miqui no se veía en el jardín porque estaba todo oscuro. “Miqui…Miqui…” le llamé durante varios minutos hasta que por fin vi sus dos ojitos brillando detrás de unos arbustos donde estaba escondido. Aún así tuve que insistir varias veces para que se acercara a la reja. Se acercó y su carita estaba triste. Miré la reja pero no había manera de sacarlo de ahí. Lo lamenté porque yo quería llevarlo a mi casa al menos por esa noche. Mi perrito no dejaba de ladrarme desde el patio al otro lado de la acera. Y Miqui lo observaba intrigado, mientras sus orejitas se levantaban como dos signos de admiración. Entonces comencé a darle los pedazos de pavo que llevaba, los cuales se saboreó con ganas, mientras me miraba agradecido. Al final le di una pierna completa de pavo que tomó entre sus colmillos. Me miró feliz y se volvió para perderse otra vez detrás del arbusto. Tenía un hueso que enterrar. Sonriendo, crrucé la acera para regresar a mi casa mientras mi perrito daba brincos y ladridos de reclamo.
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