"La muchacha iba inerme hacia el mar, como dormida, y su cabello negro y su vestido bailaban con la brisa caribeña… mientras el sol sonriente y un viajero atestiguaban aquel acto simbólico de esperanza… "
Afuera del aeropuerto de La Habana, Cuba, junio de 2006. Delante de mi van el chofer y un soldado. Yo voy en los asientos traseros admirado por lo que veo a mi paso. Un enorme edificio vacío, en medio de un pastizal. Apenas nos hemos alejado un kilómetro del aeropuerto. Ese edificio enorme, herrumbroso parece un cadáver en medio de aquella explanada tan verde bajo un cielo azul brillante.
El chofer y el soldado se dan cuenta de mi asombro y luego intercambian miradas. Lo sé porque los veo por el espejo retrovisor. Metros adelante un enorme cartel anuncia las bondades del socialismo y unos kilómetros más arriba, encuentro lo que ello parece significar: montones de niños, en un pueblito cercano a La Habana, caminan regresando de la escuela llevando sus camisas blancas y sus vestidos o pantalones color ocre. Pero también veo una panadería sin pan en los estantes, en la que hacen fila varias personas. Socialismo, esperanza… no lo sabía aún, pero meses más tarde vería edificios similares a estos de Cuba, pero en otro país muy distinto, en Europa y que había sido socialista.
Cuando dejamos aquel pueblecito a las afueras de La Habana (casi un suburbio) llegamos a una zona llena de grandes residencias caribeñas, de paredes limpias y claras y jardines hermosos. El chofer me mira por el espejo retrovisor.
- Esta zona es muy bonita ¿verdad? pregunta mirándome.
- Sí - respondo mirando por la ventanilla.
- Aquí hay mucha embajadas, por ejemplo aquella casa tan bonita es donde vive el señor embajador de España – continúa el chofer mientras señala una casa al fondo.
Estamos cerca de la zona de Miramar, donde se encentran los hoteles y las residencias más grandes y lujosas de La Habana.
Yo estaba ahí porque me habían mandado a un curso del sitio donde trabajo y hasta que toqué el aeropuerto no había sentido ninguna clase emoción por el hecho de viajar a la isla. Pero al llegar, ver aquel aeropuerto lleno de polis con perros, donde se me pedía el pasaporte a cada momento, en donde COMPRE-COMPRE-COMPRE-COMPRE de otros aeropuertos no se veía, sentí que llegaba a un lugar distinto e interesante.
Y esto se confirmó cuando, antes de dejarme en mi hotel, frente al mar, miré con curiosidad cómo unos hombres cargaban una muchacha vestida de blanco y la metían en el mar.
Antes de preguntar, el chofer ya me contestaba:
- Es una ofrenda a … la Diosa del mar, según la santería cubana…
La muchacha iba inerme hacia el mar, como dormida, y su cabello negro y su vestido bailaban con la brisa caribeña… mientras el sol sonriente y un viajero atestiguaban aquel acto simbólico de esperanza… Cuba, México, África…esperanza…
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