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Los mexicanos estamos casi obsesionados con el picante. Casi cualquier comida debe llevar salsa picosa, o acompañarse con un chile. Esta costumbre quizás tenga sus raíces en el profundo machismo que existe en nuestra sociedad. Quién sabe. Un sociólogo o un psicólogo podrían explicarlo mejor. La cosa es que no podemos vivir sin el picante y no entendemos cuando personas de otros países no lo toleran igual que nosotros.
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No obstante, como he viajado, he tenido la posibilidad de darme cuenta que sí es posible comer sin ponerle chile a las cosas. Incluso, me he dado cuenta que algunas cosas saben mejor así, por ejemplo el arroz. Pero sobre todo, me he dado cuenta que otras culturas no consumen nada absolutamente de picante y he visto el efecto que causa a otras personas comer algo mexicano y picoso. He aquí unos ejemplos:
Estoy en una ciudad hermosa de Eslovaquia llamada Nitra, que está a unos 300 km de Viena, Austria. Ahí, hay un restaurante llamado "Mexico" y lo visito en compañía de una amiga llamada Monika. Yo pido un
caldo Tlalpeño y ella unas
sincronizadas de queso ypollo.
Las sincronizadas tienen en medio una rodaja, apenas visible, de chile jalapeño. Cuando Monika apenas prueba una gotita del vinagre que sale del chile, se pone roja. Casi se ahoga. No comprende cómo alguien puede comer eso.
Pedimos vasos y vasos de agua. Cuando por fin pasa todo, los dos sonreímos. Es sólo cuestión de acostumbrarse.
Mi amiga Raquel, madrileña, que hace un cocido y un arroz que están para chuparse los dedos, vino a visitarme un día a San Luis. Insistió en comer "lo mismo y de la misma forma que lo hacemos los mexicanos". Le advertí que eso era riesgoso pero insistió.
Comió de todo: tacos de bistek, chorizo, barbacoa, pastor, etc. ; gorditas de chicharrón, carne desebrada, huevo en salsa verde, etc. . Su regreso a España fue una pesadilla: tuvieron que darle algo en el aeropuerto de Frankfurt y pasó una semana recostada en su departamento de Madrid. la "
Venganza de Moctezuma" que le llaman.
La obsesión de los mexicanos con lo picante y la actitud machista de comer y tomar duro es aveces infantil. Por ejemplo, una vez fui enviado a Chilpancingo, capital del estado mexicano de Guerrero - cerca de Acapulco - a un encuentro entre Organizaciones No Gubernamentales de Derechos Humanos. Llevaba una botella de
Slivovice, un aguardiente checo. El que llevaba yo estaba echo en base a albaricoque. Tuve la osadía de de querer compartirlo con otros miembros de ONG´s que venían del resto de México, un día que tomábamos tequila que habían traído unos de Guanajuato. Mencioné que el slivovice que llevaba estaba hecho de albaricoque. Inmediatamente, la reacción de los otros fue de rechazo. Uno dijo: "es un aguardiente amariconado". Nadie tomó y yo guerdé mi slivovice para mejor ocasión. La actitud es infantil claro, por querer aparentar una hombría a la mexicana que es falsa: si los mexicanos fuéramos tan machos y tal no permitiríamos que nuestro gobierno carente de legitimidad nos pisoteara como ha hecho desde hace más de setenta años pero también porque se basa en la ignorancia. Por ejemplo, el slivovice es un aguardiente que no es dulce y que es mucho más fuerte que el tequila o el mezcal.
De igual forma, cuando los mexicanos viajamos, siempre tenemos que preguntar a los países que vamos si hay picante en tal restaurante, en tal puesto de Kevabs, o en la pizzería, tratoría, etc. . Es normal. Pero sería bueno tratar de comer como hacen en los lados que visitamos, para comprender dichas culturas y disfrutar de la diversidad que existe, afortunadamente, en el mundo.